Cultura

Gastronomía albanesa

Para entender mejor la cocina albanesa es necesario, en primer lugar, dejar sitio en el estómago para las raciones enormes, y a continuación dar rienda suelta a la curiosidad. Enriquecida por las influencias turca, griega e italiana, la gastronomía de este pequeño país balcánico es en parte mediterránea, en parte el resultado de la ‘contaminación’ de Europa oriental y central. Las similitudes con las tradiciones culinarias de los países vecinos no se deben solo a su situación geográfica: a lo largo del tiempo, las numerosas invasiones y migraciones han moldeado profundamente los gustos de los albaneses, aunque hoy en día muchas recetas antiguas podrían estar en riesgo de desaparecer. Por otro lado, en la cocina moderna del “País de las Águilas” se han realizado experimentos y reinterpretaciones, aunque rara vez se trata de recetas complejas, sino más bien de sabores sencillos y caseros.

 

Estilos de vida de Albania

Albania, orgullosa y austera, está reemergiendo por fin de una época de represión y miseria para presentarse ante el mundo como lo que es: una tierra antigua y misteriosa, excéntrica y agreste pero hospitalaria. Olvidada por Occidente durante mucho tiempo, tiene muchas almas pero una identidad fuerte. Sus mil caras son efecto del legado de las dominaciones extranjeras (desde el arte y la religión a la cocina), y lo que más la ha caracterizado siempre es su orgulloso aislamiento que, voluntario o forzado, ha condicionado su historia.

Carácter nacional

Un país salvaje y puro, un pueblo indómito, una civilización suspendida entre Oriente y Occidente, entre bazares y templos griegos, con costumbres ancestrales y una lengua única y antigua que no guarda parentesco con ninguna otra. Quizá la huella más evidente sea la que dejaron los otomanos: en los trajes tradicionales, con amplias faldas para las mujeres casi idénticas a las de las odaliscas; en la comida, con unas albóndigas de carne que recuerdan a las turcas por su nombre (qofte) y por el sabor, pero que tienen la forma de las albóndigas eslavas; en las mezquitas que quedan en pie y en las iglesias escondidas en los bosques. Tiene muchos elementos comunes a los de los pueblos eslavos vecinos, pero no se le puede meter en el mismo saco; parte del legado es también griego, y quizá haya algo de italiano. El socialismo también ha contribuido a forjar el carácter nacional, situando el país durante mucho tiempo en el aislamiento más total e imponiendo por ley el ateísmo, no solo la laicidad del Estado. No obstante, en Albania la religión nunca ha desempeñado un papel central como en otros países. Aquí musulmanes, ortodoxos y católicos conviven bastante pacíficamente y la convicción general es que la identidad nacional pasa por delante de la religiosa: los albaneses se consideran los únicos descendientes de los antiguos ilirios, y en esa época sitúan sus raíces, un tiempo anterior a las sucesivas invasiones sufridas a lo largo de la historia.

Religión en Albania

Como tantos otros pueblos antiguos, los ilirios, primeros habitantes de Albania, eran paganos y practicaban el culto al Sol y a la Serpiente. En el folclore albanés, todavía resuenan antiquísimas tradiciones religiosas ilirias, pobladas por figuras de gigantes fuertes e imbatibles, por demonios y brujas, por héroes que derrotan a dragones de varias cabezas y que entregan su corazón a seductoras muchachas.

En el transcurso del s. I d.C. empezó a extenderse el cristianismo y parece ser que hasta san Pablo visitó Durrës durante un viaje de Judea a Roma. La antigua Vía Egnatia, que recorría y aún hoy atraviesa Albania, fue la ruta por la que llegó el mensaje cristiano al país y, tal como testimonian algunos hallazgos arqueológicos recientes, podría haber posibilitado incluso la llegada del hebraísmo a asentamientos en la ubicación geográfica que ocupan hoy las ciudades de Vlorë y Saranda. En un primer momento, las comunidades cristianas se mantuvieron vinculadas a la Iglesia católica, gracias a la presencia de guías espirituales italianos y albaneses, y a la voluntad de los principales líderes de los clanes.

Tres eventos marcaron profundamente la evolución religiosa de Albania. El primero se remonta al 395, año de la división en dos partes del Imperio romano, tras la cual se creó una situación espuria destinada a prolongarse casi 350 años: el país, pese a formar parte del Imperio romano de Oriente, mantuvo su dependencia de la Iglesia de Roma hasta el año 732, cuando por fin quedó sometido al patriarcado de Constantinopla. Así pues, durante siglos fue el escenario donde chocaron Roma y Constantinopla. El Cisma de Oriente de 1054 no llevó a una mayor estabilidad en el plano religioso: en el país se replicó a una escala menor la división confesional entre católicos y ortodoxos de rito bizantino: la mitad del norte, de lengua guega o gheg, se mantuvo fiel a la Iglesia de Roma, mientras que la mitad de lengua tosca, al sur del río Shkumbin, seguía a la Iglesia ortodoxa albanesa, de rito bizantino.

El segundo acontecimiento clave fue la irrupción de los turcos en 1478. La dominación otomana propició la conversión de la mayoría de la población al islam, con la excepción del norte, donde el catolicismo ya había arraigado profundamente con el Imperio Latino (1204-1474), nacido con la Cuarta Cruzada; aquí el terreno montañoso y la tenacidad de los sacerdotes católicos contribuyeron a limitar la difusión del islam. A diferencia de los católicos del norte, los fieles ortodoxos que vivían en el sur estaban más expuestos al control de las autoridades, por lo que acabaron volviéndose criptocristianos: tenían una dimensión pública (nombre, convenciones sociales) islámica, pero secretamente, en familia, mantenían las tradiciones ortodoxas. Con el tiempo se creó una subdivisión en el interior de la comunidad musulmana albanesa que se ha mantenido en gran medida: los fieles que vivían en las ciudades eran sunitas, mientras que en el campo predominaban los sufíes bektashíes. Cuando conquistó su independencia, Albania tenía aproximadamente un 70% de musulmanes, pero exhibía ya una peculiar reelaboración del culto: en 1923, por ejemplo, se abolió el uso del velo entre las mujeres y la poligamia.

El tercer momento decisivo en la evolución espiritual de los albaneses fue la dictadura de Enver Hoxha: en 1967 Albania se convirtió en el primer estado ateo del mundo y casi una década más tarde la Constitución (1976) declaraba, en su artículo 37, que “El Estado no reconoce ninguna religión y defiende y promueve la propaganda atea”. Los lugares de culto fueron reconvertidos en depósitos y almacenes, lo que tuvo importantes consecuencias en la espiritualidad de los albaneses. No obstante, con la caída del régimen se produjo un renacimiento religioso, hasta el punto de que actualmente solo un 5% de la población se declara atea. En cualquier caso, la fe sigue sin ocupar un lugar prioritario: pasan por delante la moral y la identidad nacional.

Literatura en Albania

Los primeros documentos escritos en albanés de los que se tiene noticia son de carácter litúrgico y religioso. Se trata de una fórmula bautismal de rito latino de 1462, conservada en la Biblioteca Laurenciana de Florencia, y de un extracto del Evangelio de San Mateo en tosco, contenido en un manuscrito griego que se encuentra en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Otros documentos importantes son un misal de 1555 escrito en guego por Gjon Buzuku (1499-1577) y el Catechismo del Ledesma de 1562, documento redactado en tosco por el siciliano-albanés Luca Matranga (1567-1619). También en el ámbito de la literatura religiosa están los textos elaborados en el s. XVII por los obispos católicos Pietro Budi (1566-1622), Francesco Bardhi o Blanco (1606-1643) y Pietro Bogdan (c. 1630-1689). Las primeras obras no religiosas aparecen en el s. XVIII: Teodoro Kavaljoti (1718-1789), Maestro Daniele (1754-1825), Kostë Berati (c. 1745-1825) son los pioneros en tratar temas no relacionados directamente con los ritos litúrgicos. No obstante, son los poetas musulmanes quienes amplían el imaginario de la literatura albanesa, introduciendo personajes fantásticos procedentes de Oriente y temáticas “laicas”. En estas influencias se basa la literatura entendida por fin como forma artística de los escritores musulmanes Muhamet Çami (1784-1844), Zyko Kamberi (c. 1740-1800) y Nezim Frakulla (1685-1760), que fueron los primeros en prestar atención al valor estético de la palabra escrita.

Con todo, no se empieza a hablar de literatura nacional albanesa hasta la aparición del Milosao, obra poética de 1836 de Girolamo De Rada (1814-1903), originario de Macchia Albanese, hoy en la provincia de Cosenza (Calabria, Italia). Se puede decir, pues, que la literatura albanesa nace fuera de sus propias fronteras. Girolamo, pese a vivir en Italia, escribe en albanés, convirtiéndose en el primer literato que pone en la palestra el tema del renacimiento nacional de su país de origen. El motivo del despertar patriótico encontrará eco casi inmediatamente en los poemas de Naim Frashëri (1846-1900) y del franciscano Giorgio Fishta (1871-1940). Siguiendo el gusto romántico de la época, que en muchos casos se entremezcla con el patriotismo considerado como rescate de los pueblos, estos grandes poetas en lengua albanesa recuperan las tradiciones populares escritas y orales y son prácticamente los únicos en hacerlo hasta 1937, año en que se publica la edición definitiva de un texto fundamental para la historia de la literatura albanesa, firmado por Fishta: Lahuta e Malcís (El laúd de las montañas). Se trata de un poema épico, en 30 cantos, que narra la lucha por la independencia del pueblo albanés a partir de la gesta del héroe patriota Skanderbeg.

En este período, el número de escritores albaneses aumentó, los estilos evolucionaron y se introdujeron los primeros temas sociales. Fue un enriquecimiento que consiguió atraer incluso a los espíritus más tradicionalistas: escritores como Bernardin Palaj (1894-1946), Lasgush Poradeci (1898-1987) o Ernesto Koliqi (1903-1975) buscaban una mediación entre las expresiones ligadas a los esquemas tradicionales de la literatura y los temas más progresistas, pero quienes obtuvieron mayor éxito fueron los autores que combinaron temáticas y posiciones más radicales. Es el caso de Migjeni, pseudónimo de Millosh Gjergj Nikolla (1911-1938), que introduce en su poesía reivindicaciones sociales y, en el plano estilístico, adopta motivos y formas de las literaturas eslavas.

Tras la II Guerra Mundial, los escritores ya afirmados parecen incapaces de adaptarse a las nuevas circunstancias políticas y culturales. Son nuevas firmas las que interpretan los cánones estilísticos y los contenidos del realismo socialista. En principio estos jóvenes escritores muestran claras influencias de los modelos rusos y de la vecina Yugoslavia; más adelante se impondrá un estilo más autónomo, con los poetas Llazar (1924-2001) y Drago Siliqi (1930-1963; hijo y sobrino respectivamente del gran poeta Risto Siliqi), Luan Qafezezi, Dritëro Agolli; y, en prosa, Stërjo Spasse (1914-1989), Fatmir Gjata (1922-1989), Petro Marko (1913-1991) y Moisi Zaloshnja (1919-1996). En pocos años la adhesión a los cánones del realismo socialista será total, tanto por parte de poetas y narradores de nueva generación como por parte de los autores ya afirmados.

En la década de 1960 la literatura albanesa explora nuevos temas y soluciones formales, aunque siga activo en el país el proceso de maduración y unificación lingüística. Esto llevará, al menos en el plano formal, al Congreso de la Ortografía de Tirana de 1972, que dictará la imposición de un albanés estándar basado en el dialecto tosco.

En cualquier caso, las tímidas aperturas al formalismo y a la experimentación en literatura resultarían arriesgadas para los escritores albaneses. La susceptibilidad del régimen comunista ante lo que se definiría como “influencias burguesas, decadentes o revisionistas” es altísima, y los intelectuales se veían siempre amenazados por la espada de Damocles de los procesos y de las presiones. Florece, eso sí, el género histórico, interpretado siempre como “epopeya del pueblo”, que comporta menos riesgos a los autores.

En la década de 1960 irrumpe en la escena literaria el que será considerado el más grande escritor de la literatura albanesa: Ismail Kadaré (nacido en 1936). Intérprete delicado y al mismo tiempo severo del carácter y del espíritu de su pueblo, Kadaré construye desde su gran debut como narrador, con el libro El general del ejército muerto (1963; Alianza Editorial 2019), un universo en el que se mezclan la parábola personal, los acontecimientos históricos y las temáticas contemporáneas. En su última novela, La muñeca (2016; Alianza Editorial 2017), describe el regreso a Gjirokastra, su ciudad natal, y la relación con su madre.

Además de Kadaré, destacan Ali Abdihoxha (1929-2014) y Dritëro Agolli (1931-2017), mientras Fatos Arapi (1930-2018), víctima del ambiente de profunda represión cultural en el país durante el régimen, será censurado y perseguido por su predilección por el verso libre en poesía. Sin embargo, es precisamente la literatura la que empieza a tensar las costuras del régimen. Los novelistas y dramaturgos de las nuevas generaciones expresan su hastío por los rígidos esquemas expresivos y temáticos del socialismo albanés. Los que más se exponen son Teodor Laço (1936-2016) y Dhimitër Xhuvani (1934-2009). Este último, por los “errores ideológicos” de su novela Tunëli (El túnel, 1966), acabaría condenado a “trabajo productivo” (es decir, trabajos forzados).

A principios de la década de 1990, con la caída del régimen, se abren nuevas perspectivas en todos los campos, incluido el expresivo, que favorecen la aparición de nuevos autores. Especial éxito obtiene Fatos Kongoli (nacido en 1944) con sus novelas I humburi (El perdido, 1992) y Kufoma (El cadáver, 1994), que expresan la desorientación por la pérdida de la memoria histórica causada por el régimen comunista y su intento de recuperarla investigando en el pasado familiar. En este mismo contexto aparecen los escritos de antiguos prisioneros políticos, entre ellos Trebe-shina (nacido en 1926) y Zhiti (nacido en 1952).

Arte y arquitectura en Albania

Antigüedad y cristianismo

Durante el período tardoantiguo y altomedieval, el arte y la arquitectura albaneses, pese a tener sus características propias, se encuadran, en la esfera bizantina. A principios de la Edad Media, el patrimonio albanés se enriquece con iglesias y monasterios ricamente decorados con frescos elaborados con gran maestría que representan escenas del Evangelio, de la historia de la Iglesia o del Apocalipsis. Unos iconos únicos en su género decoran los altos e imponentes iconostasios en madera tallada, recubiertos de pan de oro. Un espléndido testimonio del arte bizantino albanés es el Parque Arqueológico de Butrinto, con una basílica del s. VI de tres naves, con transepto y ábside poligonal, baptisterio de la misma época y notables mosaicos pavimentados. Hacia el s. X se asiste a una renovación de numerosas obras arquitectónicas, como testimonian las intervenciones en el monasterio de los Cuarenta Santos de Saranda (originalmente del s. VI), con su planta de siete capillas (tres laterales y el ábside central, en el este), al tiempo que se va extendiendo la planta cruciforme con cúpula (en las iglesias de Apolonia y en las cercanías de Gjirokastra) y los muros a la vista con decoraciones en cerámica, como en las iglesias de Berat y de Labovë. Con el paso de los siglos, la arquitectura adopta unas decoraciones cada vez más refinadas: en el s. XIII la capilla del interior del anfiteatro de Durrës incorpora elegantes mosaicos; en el mismo siglo y en el siguiente es la pintura mural la que evoluciona, influida por el arte de los Paleólogos (la última dinastía bizantina, 1259-1453), como se observa en los frescos del monasterio de Santa María de Apolonia. También la arquitectura civil y militar muestra un sensible desarrollo entre los ss. XI y XV. La evolución de las técnicas de fortificación lleva a la construcción de grandes castillos en Berat, Shkodër, Gjirokastra y en los alrededores de Tirana.

Período otomano

La ocupación otomana no consiguió eliminar la tradición pictórica cristiana, y precisamente en el período de dominio turco se enmarca la obra del mayor pintor albanés, uno de los más importantes del género iconográfico. En el s. XVI, Onufri, que cuenta con un precioso museo en Berat, revoluciona el arte de los iconos. Liberado de la rigidez de los cánones bizantinos, hace gala de un dominio cromático tan sugerente que emociona a cualquiera que observe sus obras; existe incluso un tono de rojo que ha adoptado su nombre: el “rojo Onufri”.

No obstante, la tradición medieval domina el arte albanés hasta el s. XVIII, cuando, gracias en parte a la influencia del barroco europeo, los artistas se alejan de la inmovilidad de las imágenes bizantinas. El principal impulsor de este cambio es David Selenica (finales del s. XVII-mediados del s. XVIII), que introduce elementos de la cotidianidad en sus frescos, abriendo el camino a un tipo de pintura más realista que después desarrollarían los hermanos Konstandin y Athanas Zografi, dos de los iconógrafos de mayor talento de la Albania post-bizantina.

A partir del s. XVII también la pintura decorativa islámica se desarrolla notablemente, de forma independiente pero no completamente separada de las formas de expresión cristianas: de hecho, en muchos casos son los propios talleres de los artistas los que prestan sus obras a edificios de culto de ambas religiones.

Entre los ss. XVII y XIX se construyen monumentales edificios religiosos, tanto islámicos, como la mezquita de Et’hem Bey en Tirana, como cristianos, con elementos barrocos y neoclásicos: es el caso del monasterio de Ardenica. Al mismo tiempo van adquiriendo cada vez más importancia la arquitectura medieval y la ingeniería civil, tal como testimonian los numerosos y bonitos puentes aún diseminados por el territorio.

Hoy en día el legado otomano está representado sobre todo por las nuevas mezquitas que sobrevivieron a la campaña antirreligiosa iniciada en 1967 por el régimen de Enver Hoxha, y en particular la mezquita de Plomo, en Shkodër, que data de 1773. Destaca por sus dimensiones –es el edificio religioso otomano más grande de Albania–, pero no solo por eso: gracias a las aspiraciones de grandeza de Mehmet Pasha Bushatlliu, gobernador del Sanjacado de Shkodër, que fue quien encargó su construcción, la mezquita recuerda los refinados modelos turcos, sobre todo de Estambul, y es la única de todo el territorio albanés que cuenta con un patio. Efectivamente, las mezquitas albanesas suelen ser de dimensiones reducidas y aspecto macizo, con una planta cuadrada que solo ocasionalmente incorpora pórticos y otros elementos similares. Las más antiguas, del s. XVI, nacieron como respuesta a las necesidades espirituales de funcionarios y soldados turcos, por lo que tienen un aparato decorativo más bien modesto: es el caso de la mezquita de Plomo de Berat (1553-1554). Paralelamente al proceso de conversión al islam de la población albanesa, las mezquitas fueron aumentando en número y evolucionando en el plano ornamental: prueba de ello son las bellas mezquitas del s. XIX, entre ellas la mezquita de Et’hem Bey de Tirana (1789-1823) y la mezquita de los Solteros de Berat (1828). Estas dos mezquitas son muestras destacadas de la arquitectura islámica albanesa: la primera porque, además de los motivos decorativos típicos del arte otomano conserva decoraciones florales bastante raras en Albania, obra de maestros procedentes de Europa occidental (probablemente de Venecia); y la segunda por estar construida en pendiente, sobre una ladera de la colina de Mangalem, en Berat, por lo que tiene dos plantas.

La propia Berat y Gjirokastra presentan las mejores muestras de construcciones civiles del período otomano. Berat, la ciudad de las ventanas superpuestas, es única por la cantidad de casitas blancas de su centro histórico. Estos edificios, junto a las tres mezquitas y la bella tekke bektashi, hacen de la pequeña ciudad un verdadero tesoro artístico de arquitectura islámica. Pero en Berat también hay lugar para iglesias ortodoxas, que aparecen aquí y allá, en los extremos del centro histórico y en el barrio cristiano. También Gjirokastra presenta peculiaridades únicas: sus grandes casas-fortaleza, completamente autónomas, son obras de ingeniería que demuestran una gran inventiva y sentido estético; el bonito bazar, que con el de Krujë es uno de los pocos que quedan del pasado otomano; y la mezquita del Bazar, de dos plantas, que en su primer nivel albergaba talleres, mientras que en el segundo estaba –y aún está– el espacio para el culto.

Arte y arquitectura albaneses

En el s. XIX, y en paralelo al proceso de formación y “renacimiento” de la conciencia nacional, se crea un terreno fértil para que florezca un arte específicamente albanés, que acabará de desarrollarse en el siglo siguiente. Se registra una gran actividad cultural, sobre todo en Shkodër, donde algunos artistas de la época, como Kolë Idromeno (1860-1939), dan rienda suelta a su creatividad en diversos campos, desde la pintura a la arquitectura. En lo relacionado con el urbanismo y la construcción de edificios públicos, los arquitectos albaneses se fijan en los modelos occidentales; por otra parte, las ocupaciones italianas, sobre todo la de 1939, dejan una huella indeleble en los edificios y en la organización de los espacios en Tirana.

A partir de 1945, el realismo socialista se convierte en el modelo de toda expresión artística y arquitectónica, cuyo resultado son obras conmemorativas; en escultura destacan Odhise Paskali (1903-1985) y Janaq Paco (1914-1991), en pintura Sali Shijaku (nacido en 1933) y Myrteza Fushekati (nacido en 1942). También la producción gráfica, estimulada por la necesidad de propaganda, vive un notable desarrollo. La producción es numerosa y heterogénea, aunque con una forma expresiva limitada. La colección de la Galería Nacional de Arte de Tirana permite hacerse una buena idea de la pintura realista socialista y ver cómo a partir de la década de 1980 se orienta hacia formatos enormes. Con la caída del régimen comunista emergen nuevas tendencias que testimonian perfectamente el período de confusión vivido por el país y por la cultura albanesa. Violencia e ironía, historia y biografías, esperanza y desilusión, conceptos enfrentados y una dosis de absurdo parecen dominar estas nuevas formas expresivas.

La arquitectura de la última época del período socialista no destaca por la belleza de sus propuestas estéticas, en las que se impone el gris de bloques sin alma, los mismos que mucho después acabarían convirtiéndose en blanco del proceso de reconversión “de autor” de las fachadas de Tirana, muestra de la diversidad de una nueva época en el arte y arquitectura albaneses, aunque en muchos casos fuera con la participación de artistas extranjeros.

A partir de 2001 Tirana acoge una Bienal de Arte Contemporáneo.

Música de Albania

A pesar de su reducido tamaño, Albania es un tesoro de músicas tradicionales, riquísimas y muy diversas. La posición del país, que es casi una “bisagra” entre los Balcanes y Grecia, explica por sí sola muchas de las diferencias entre la música del norte y la del sur. Si a eso se le suma el legado dejado por la larga presencia otomana (bien representada por las bandas de metal y ciertos ritmos y modos musicales) y una fuerte presencia gitana, uno se hace una idea de la variedad de estilos e influencias. Al igual que en otras zonas de los Balcanes, resulta fácil reconocer las diferencias entre la música de las ciudades y la de las comunidades rurales, que aún hoy, en muchos casos, es casi un vehículo de reivindicaciones identitarias y comunitarias.

En el ámbito de la música de tradición oral, la parte septentrional del país –en la que se habla guego– ofrece un riquísimo repertorio de cantos monódicos (para una sola voz), en su mayoría largas baladas narrativas o épicas dedicadas a héroes o a episodios históricos, acompañadas con el gusle o lahuta (una especie de violín de una sola cuerda) o, en algunas regiones, con el çifteli (o çiftelia, instrumento de cuerda similar al saz turco).

En la zona sur (que comprende las zonas de la Toskëria y la Labëria), en cambio, hay una rica tradición de canto polifónico. Según un proverbio lab, “un viajero está solo, dos discutirán, pero tres se pondrán a cantar”, lo cual resume bien el papel del canto en esta región. En efecto, desde 2008 la Unesco incluye la isopolifonía albanesa en el Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Probablemente este relevante reconocimiento ha contribuido a la recuperación de esta práctica y de su repertorio, ahora cantado también por intérpretes de las nuevas generaciones.

La música instrumental de esta zona, por su parte, también es diferente a la del norte, y refleja en gran medida la proximidad de Grecia y la presencia turca. De gran importancia es el saze, género urbano (nacido entre las ciudades de Korçë, Përmet y Berat) considerado una de las formas musicales más típicas y originales de Albania. Este nombre indica también el tipo de formación instrumental que interpreta esta música, compuesto por clarinete, violín, acordeón, llauta (un instrumento de cuerda) y def (una especie de pandereta). Un saze ejecuta canciones o interpreta un género instrumental llamado kaba: se trata de un tipo de música a veces melancólica y a veces brillante, con un compás de tiempos impares, con abundante improvisación de violín y clarinete. Hay quien le quiere encontrar un parecido (algo forzado) con el blues y el jazz, pero es algo muy arraigado en la cultura local. De hecho, el origen de la kaba se cuenta en una leyenda decididamente triste. La primera pieza de este género habría sido una improvisación al clarinete realizada por un hombre que, al ver a su esposa en el lecho de muerte, había sentido unas enormes ganas de llorar. Pero la mujer le hizo una petición: que, en lugar de desesperarse, tocara para ella. Para escuchar un disco de saze y un clarinete con sonidos kaba de altísimo nivel, vale la pena comprarse el recién publicado At Least Wave Your Handkerchief at Me: The Joys and Sorrows of Southern Albanian Song, del grupo Saz’iso, publicado por uno de los sellos de música étnica más importantes del momento, Glitterbeat, y producido por Joe Boyd (uno de los que contribuyó a lanzar a Pink Floyd y Nick Drake, entre otros). Si se quiere escuchar kaba en versión fanfara balkan, conviene buscar los discos de Fanfara Tirana, uno de los grupos albaneses más activos en el panorama internacional: han colaborado, entre otros, con Transglobal Underground, Canzoniere Grecanico Salentino y Modena City Ramblers. Y para observar cómo puede influir la tradición albanesa en un determinado estilo de jazz, se pueden escuchar los discos de la cantante Elina Duni, publicados por ECM.

El festival de música tradicional que se celebra cada cinco años en Gjirokastra ofrece un panorama completo de la música folclórica albanesa. También el baile es una componente fundamental del folclore musical albanés, y las danzas tradicionales se caracterizan por pasos acrobáticos bastante espectaculares, casi siempre ejecutados por grupos de hombres que, al dar vueltas, hacen volar sus amplios trajes tradicionales.

En el pasado, durante el régimen de Hoxha, Albania vivió un período de bloqueo total a las modas internacionales: solo hay que pensar que uno de los cantantes pop más populares, Sherif Merdani, se pasó casi 20 años en la cárcel por cantar el Let It Be de los Beatles en un evento oficial. Hoy, como en cualquier otro país del mundo, domina la música comercial: triunfan el rap y el trap, y en general el pop, muy influido por el de la vecina Italia. Dos nombres destacados, especialmente en Italia, son Anna Oxa (pseudónimo de Anna Hoxha; su padre es albanés) y Ermal Meta, que nació en Fier pero que desembarcó en Bari a los 13 años. Entre las divas de origen albanés (o mejor dicho albanés-kosovar) más famosas actualmente en el mundo se cuentan dos sex symbol: Dua Lipa y Rita Ora.

Cine albanés

El mundo del cine hace su tímido debut en Albania en 1897, cuando una pareja italiana (de la que se sabe poquísimo) proyecta las primeras imágenes en movimiento en el país. En 1908 el artista y experimentador Kolë Idromeno organiza algunas proyecciones en un centro cultural de Shkodër, pero habrá que esperar al bienio 1911-1912 para que se realicen las primeras proyecciones públicas, en Korçë y Shkodër: se puede decir, pues, que el cine albanés es coetáneo de la Albania independiente. Durante las primeras décadas del s. XX llegan sobre todo directores extranjeros que graban documentales –todos ellos han desaparecido–, pero la primera película albanesa es Takim në liqen (Encuentro en el lago), filmada en 1943 por Mihallaq Mone (1917-1984); el director y los actores son mayoritariamente albaneses, pero la financiación es italiana.

Para encontrar una producción cinematográfica albanesa propiamente dicha hay que esperar a la posguerra de la II Guerra Mundial y a la instauración del régimen de Hoxha, que promueve el séptimo arte como instrumento de propaganda con la creación, en 1947, del ente estatal Ndërmarrja Kinematografike Shqiptare (Empresa Cinematográfica Albanesa). En una primera fase, se prosigue la tradición de los documentales, pero con películas de dudoso valor estético (aunque hoy puedan tener un cierto interés desde el punto de vista historiográfico). Hoxha hace una inversión aún más significativa a principios de la década de 1950, con la inauguración en Tirana del Kinostudio Shqipëria e Re (Estudio Cinematográfico Nueva Albania) y el envío de algunos estudiantes prometedores a las escuelas de cine de vanguardia de Moscú, Praga y Budapest. En 1954, Velikij voin Albanii Skanderbeg (Skanderbeg, el héroe albanés), realizada con el apoyo de la URSS –incluso el director, Sergej I. Jutkevič (1904-1985), es soviético–, supera las fronteras nacionales: sus escenas de batallas épicas conquistan no solo al público albanés, sino también al jurado del Festival de Cannes, que le concede dos premios. El cortometraje de 1957 Fëmijët e saj (Sus propios hijos), de Hysen Hakani (1932-2011) y el largometraje Tana (1958), dirigido por Kristaq Dhamo (nacido en 1933) son las primeras películas enteramente albanesas.

A pesar de hacer gala de una cierta experimentación creativa, las películas producidas bajo el régimen están ancladas en los modelos del realismo socialista y afrontan temas como la lucha de clases, la ideología proletaria y el bienestar de las masas revolucionarias. Antes de su proyección, cada película debe superar los diversos controles de la censura, desde la redacción del guion a la fase final de distribución.

En la década de 1960 el creciente aislamiento del país no frena la producción cinematográfica nacional, financiada por el Estado. Se crean películas artísticas, documentales y dibujos animados que gozan de una amplia difusión fuera de las fronteras nacionales, en la única república popular con la que Albania mantiene relaciones: la China maoísta. Se crea así la paradoja de que, en el momento de máximo aislamiento, Albania produce películas destinadas a entretener a millones de espectadores, todos concentrados en China. En la década de 1960 emergen dos directores de referencia de la cinematografía albanesa: Dhimitër Anagnosti (nacido en 1936) y Viktor Gjika (1937-2009). Los dos colaboran en varias películas, entre ellas Komisari i Drites (El comisario de la luz, 1966).

En la década de 1970, siguiendo la estela de la Revolución Cultural china, se imponen los temas educativos y sociales. En 1976 se inaugura el Festival de Cine de Arte de Tirana y crece enormemente el número de cines. Los albaneses demuestran un gran interés por la pantalla, llenando las salas y los cines al aire libre para asistir a las proyecciones de películas dramáticas de gran éxito, como Dimri i fundit (El último invierno, 1976) de Ibrahim Muçaj (1944-2010) y Kristaq Mitro (nacido en 1948) o Ballë për ballë (Cara a cara, 1979) de Piro Milkani (nacido en 1939) y Kujtim Çashku (nacido en 1950). Se hacen también películas infantiles, entre ellas las de la directora Xhanfize Keko (1928-2007), y comedias como Kapedani (El capitán, 1972) de Fehmi Hoshafi (nacido en 1934) y Muharrem Fejzo (nacido en 1933).

Pese al florecimiento de la industria cinematográfica, la tecnología no es la mejor, y en la década de 1980 el cine entra en crisis, agravada por el auge de la televisión, que atrae la mayoría de la financiación estatal: la “pequeña pantalla” demuestra tener mayor eficacia como vehículo para los mensajes propagandísticos. La pérdida de interés del Estado por la producción cinematográfica, no obstante, abre el camino a la experimentación expresiva y permite una libertad de contenidos mayor (aunque limitada). No es casualidad que en estos años aparezca la película Të paftuarit (Abril quebrado, 1985), de Çashku, basada en la novela de Kadaré, escritor disidente.

La caída del régimen no supone una gran mejora. En 1992 se privatiza el Kinostudio (hoy llamado Albafilm), pero faltan los inversores, y entre 1992 y 1997 la producción se reduce a una media de una película por año, mientras que casi todos los cines se cierran o se transforman en salas de juego. Hacia finales de siglo la filmoteca estatal se convierte en una institución independiente y entra a formar parte de la Federación Internacional de Archivos de Cine (FIAF, Fédération internationale des archives du film). Se retoma así la producción –exigua no obstante– de documentales, dibujos animados y películas de ficción. En 2001, en el Festival de Cannes, Gjergj Xhuvani (nacido en 1963) se adjudica el premio como mejor director joven debutante con la película Slogans, mientras que en 2002 el Festival Internacional de Cine de Tesalónica premia Tirana, année zéro de Fatmir Koçi (nacido en 1959).

 

El amor por los búnkeres en Albania

En las laderas, playas y en casi toda Albania llaman la atención unas pequeñas cúpulas de hormigón (por lo común en grupos de tres) con aberturas rectangulares: son los búnkeres, el legado de Enver Hoxha, construidos desde 1950 hasta 1985. Con un peso de 5 toneladas de hormigón y hierro, estas pequeñas setas son casi imposibles de destruir.

Se construyeron para repeler una invasión y pueden resistir el ataque de un tanque, como demostró su ingeniero-jefe, que permaneció en un búnker mientras lo bombardeaba un tanque; el ingeniero salió sin un rasguño y se construyeron por miles.

Hoy, algunos están pintados creativamente, uno alberga a un artista del tatuaje y otros incluso funcionan como improvisados albergues.

 

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