Es, junto con el Big Ben y la taza de té, uno de los grandes iconos de Inglaterra. Datado en el s. XVIII –aunque sus raíces son muy anteriores–, se extendió por la Commonwealth durante la época colonial británica. Australia, el Caribe y la India lo adoptaron con gusto, y hoy las antiguas colonias disfrutan dándole un buen repaso a la “madre patria” sobre el terreno de juego.
Aunque muchos ingleses lo siguen con devoción, para los no iniciados es un espectáculo incomprensible. Los partidos, disputados durante uno o cinco días (en el caso de los tests matches o partidos internacionales), transcurren con suma lentitud y se rigen por una terminología casi arcana. Si se tiene paciencia y se aprenden sus reglas, tal vez se llegue a disfrutar del críquet tanto como los británicos, que suelen permanecer pegados a la radio o al ordenador todo el verano para ver “cómo va Inglaterra”.