Historia de Pirineos

Los Pirineos, juntamente con el Rin, el Danubio y quizá los montes Urales, son una de las formaciones orográficas que históricamente han constituido una frontera natural entre territorios. Habitados desde la prehistoria, a lo largo de los siglos han visto como sus valles eran cruzados por cartagineses, romanos, árabes y cristianos ‒estos últimos, franceses y españoles, batallaron durante cientos de años entre sí hasta la firma del Tratado de los Pirineos‒. Ya en el s. xx, con la caída de la dictadura franquista y la incorporación de España a la Comunidad Europea, la cordillera dejó de ser una barrera política para convertirse en un lugar de encuentro de las culturas de sus dos vertientes.

Prehistoria

La tradición historiográfica sostuvo durante mucho tiempo que las primeras poblaciones humanas tenían tendencia a buscar como espacios habitables llanuras, zonas arboladas y fluviales, aparte de costeras. Pero poco a poco, desde finales del s. XIX y a lo largo del s. XX, tal idea fue descartándose al encontrarse pruebas arqueológicas de que nuestros ancestros pudieron vivir con éxito en cotas más elevadas.

Investigaciones llevadas a cabo por la Universidad de Barcelona han descubierto enclaves pirenaicos donde se ha constatado actividad humana hace más de 10 000 años, en las zonas del Estany de Sant Maurici y Esterri d’Àneu.

Piezas de sílex y otros utensilios que daban fe de la ocupación humana fueron hallados en excavaciones en cotas de 2000 y 2500 m de altitud y fechados en tiempos del Neolítico; asimismo, se ha demostrado que los asentamientos humanos provocaron quemas controladas de los bosques de robles y hayas para ganar tierra para la agricultura, lo que provocó que la masa forestal creciera a mayores altitudes.

En la zona del Pirineo aragonés del Monte Perdido, en Sobrarbe, a la considerable altura de más de 1600 m se han encontrado cuevas con pinturas rupestres y restos de pintura roja representando en forma esquemática cuadrúpedos y figuras antropomorfas y geométricas que se enmarcan en el estilo del arte rupestre del arco mediterráneo de la península Ibérica.

Antigüedad

Se podría decir que los Pirineos entran en la historia durante la segunda guerra púnica (218-202 a.C.), cuando el general cartaginés Aníbal los cruza con su ejército y sus famosos elefantes para atacar Roma desde sus bases hispanas.

Los romanos, derrotados los cartagineses, se expandirán por Hispania y, en una lenta guerra de guerrillas alternada con acuerdos con las tribus locales, irán venciendo a los íberos para ir asimilándolos a su imperio y a su cultura. El general Pompeyo el Grande, en el s. I a.C., será enviado por el Senado para aplacar una rebelión del general Sertorio y de sus aliados hispanos; para conmemorar su éxito, mandará erigir un inmenso monumento en los Pirineos: los Trofeos de Pompeyo (un monumento singular por su tamaño para recordar una victoria plural contra diversos enemigos) hoy día apenas constituyen un yacimiento cortado de forma transversal por la frontera hispano-francesa en la actual provincia de Girona.

Ya en el Bajo Imperio romano la cordillera volverá a ser cruzada por ejércitos en guerra, bien por las distintas facciones que se disputan el poder imperial, bien por tribus bárbaras que aprovechan la debilidad de Roma para ir asentándose por en Hispania. Suevos, vándalos y alanos primero y los visigodos después cruzarán los Pirineos para establecerse en la península Ibérica.

Entre la cruz y la media luna

Con la invasión musulmana de la península Ibérica en el 711, el reino visigodo desaparece, derrotado por el empuje arrollador de los recién llegados, que desde el norte de África cruzan el estrecho de Gibraltar y avanzan hacia el norte. En el 715 entran en la Galia, donde serán derrotados en la batalla de Poitiers, en el 732, por el general de los francos, Pipino el Breve. Tras ella, el islam se instala al sur de los Pirineos: nace así Al-Ándalus.

Será el nieto de Pipino, Carlomagno, fundador del Sacro Imperio Romano, quien cree un tapón en el sur pirenaico: la Marca Hispánica, una franja de territorio cristiano del Cantábrico al Mediterráneo comandada por un conde. Poco a poco, los distintos señores feudales irán desligándose del poder imperial de la lejana Aquisgrán, apareciendo los embriones de lo que acabarán siendo señoríos y reinos cristianos peninsulares como el conde (posteriormente rey) de Castilla, el de Barcelona o los monarcas de Aragón y Navarra.

Es precisamente en la franja pirenaica donde el poder señorial y eclesiástico irá repoblando las tierras, a la par que se irán erigiendo edificios de culto del nuevo estilo que campea por la Europa cristiana: el arte románico.

En los albores del año 1000, por Roncesvalles y Puente la Reina nacerá una ruta de comunicación que unirá Europa con Santiago de Compostela, donde habían encontrado milagrosamente la tumba del apóstol. Así pues, gracias al llamado Camino de Santiago, por los Pirineos entrarán en el norte peninsular noticias, modas y gentes procedentes de todo el orbe cristiano.

Aragón versus Francia

La expansión del condado de Barcelona, y a partir de 1154 su unión con el reino de Aragón, que dará lugar a la corona de Aragón, hace que la franja oriental pirenaica no sea más que un obstáculo geográfico, ya que ambos lados de la cordillera están bajo soberanía del rey de Aragón y conde de Barcelona. Pedro II el Católico morirá en la batalla de Muret en 1213 defendiendo a sus súbditos contra el ataque del papa y del rey de Francia (que consideran herejes a los cátaros), y será el hijo de Pedro, Jaime I el Conquistador (que reinará entre 1213 y 1276), el que en virtud del Tratado de Corbeil renuncie en 1258 a la soberanía de estos territorios: solo quedarán bajo su cetro las regiones del Rosselló y la Cerdanya.

Aun así, los soberanos de Aragón y Francia irán a la guerra periódicamente precisamente por dichos territorios, y en el s. XIII el hijo de Jaime I, Pedro III el Grande, derrotará a los franceses, que se habían adentrado en sus dominios cruzando los Pirineos, en una serie de batallas por tierra y mar.

Andorra, un principado entre reinos

La estratégica ubicación pirenaica de Andorra la convertirá en un reducto autónomo respecto a las disputas entre el lado hispano y el francés. Con el paso del tiempo se convertirá en un principado, cuya soberanía será compartida por el rey de Francia y el obispo de La Seu d’Urgell, y levantará algunos ejemplos del típico románico pirenaico, de estilo como el que se puede admirar en Cataluña. Buenos ejemplos son la iglesia de Encamp (s. XIII), Sant Climent de Pal (ss. XI-XII), Sant Sernín en Sant Julià de Lòria (s. XI) o Santa Coloma en Andorra la Vella, de las más antiguas, pues se remonta al s. IX.

El Principado de Andorra no tendrá una Constitución hasta 1993, rigiéndose hasta entonces por una mezcla del derecho consuetudinario y el Código de Justiniano, recopilación del derecho romano mandada realizar por dicho emperador bizantino en el s. VI.

De la Paz de los Pirineos a los Borbones

En la Edad Moderna, las disputas entre Fernando el Católico y Carlos VIII de Francia por el control de los dominios que el Tratado de Corbeil deja en manos del rey de Aragón (la Cerdanya y el Rosselló) marcarán el devenir de las tierras pirenaicas, al ver pasar ejércitos en disputa. Y desde 1512 Navarra queda dividida en dos: al sur bajo el control de Fernando de Aragón, mientras que al norte reinarán los Albret, cuyo descendiente, Enrique, al subir al trono de Francia en 1589, asumirá también la corona de la parte de Navarra que se extiende por la zona norte de los Pirineos.

La Guerra de los Treinta Años entre protestantes y católicos (1618-1648) tendrá su eco en la lucha por la hegemonía europea que mantendrán Luis XIV de Francia, el Rey Sol, y Felipe IV de España. En 1659 se firma el Tratado de los Pirineos en Irun, en la isla de los Faisanes (en medio del río Bidasoa), por el que los condados del Rosselló y la Cerdanya pasan a Francia y, de forma definitiva, los Pirineos son considerados por ambos reinos sus fronteras naturales, pero con dos curiosas excepciones.

La subida al trono de España de Felipe V, primero de la Casa de Borbón, nieto de Luis XIV, hará exclamar al Rey Sol su famosa frase “ya no hay Pirineos”, pero la historia no atiende a los caprichos de los reyes y la llegada de la Revolución francesa hará que durante el s. XVIII se trunque la buena sintonía entre las dos naciones (fruto de compartir la misma dinastía).

El detonante será la decapitación de Luis XVI en 1793, tras la cual España considera rota la paz: es la Guerra de la Convención. El avance de las tropas españolas por los Pirineos catalanes y vascos será parado por el contraataque francés, que las hará retroceder y llegará a invadir España sin que las dos grandes fortalezas que protegían los Pirineos (Hostalric y San Fernando, en Figueres) sean impedimento al avance galo.

Durante la Guerra de la Independencia española, las tropas de Napoleón cruzarán a España en 1808 dos veces (en febrero, durante la invasión, y a finales de noviembre cuando el emperador acuda a sofocar el levantamiento madrileño del 2 de mayo), y en 1814, durante la retirada, perseguidos por el ejército del general Mina.

Los Pirineos durante las guerras civiles

Con la muerte de Fernando VII en 1833 y la subida al trono de su hija Isabel II, bajo la regencia de su madre María Cristina, el hermano del rey difunto, el infante Carlos María Isidro, se erige en estandarte de los partidarios del Antiguo Régimen contrarios al sistema liberal (negando a Isabel el derecho a ceñir la corona al ser mujer); empezaba así la primera de las tres guerras civiles entre liberales y carlistas, defensores unos del sistema parlamentario y los otros del absolutismo: son las denominadas guerras carlistas (1833-1843, 1846-1849 y 1872-1876).

Don Carlos tendrá apoyos en el norte, en el País Vasco, Navarra y en las zonas rurales de Cataluña y el interior de Valencia; a pesar de ser derrotado en 1843, su causa seguirá insistiendo en entronizar a un pretendiente de la rama carlista. El que más cerca está de conseguirlo es su nieto, Carlos de Borbón y Austria-Este (1848-1909), que al ser destronada Isabel II en 1868 se alza en el norte unos años después (en 1872), siendo proclamado por sus partidarios rey de España con el nombre de Carlos VII en una ceremonia oficiada por el obispo de La Seu d’Urgell.

Establece su corte en Estella (Navarra), donde llega a acuñar moneda, y aprovechando el caudal hídrico pirenaico y las acerías vascas crea una serie de fábricas de artillería y munición para sostener su causa durante la tercera guerra carlista, que verá su fin cuando (tras el reinado de Amadeo I de Saboya y la efímera I República) el nuevo rey Alfonso XII, hijo de Isabel II, lo derrote y expulse de España.

Con la derrota del bando republicano en 1939 tras el fin de la Guerra Civil, los partidarios de la República, así como miles de civiles que huían de las represalias de los franquistas junto con militares en retirada, cruzarán los Pirineos hacia Francia, donde serán internados en campos improvisados en las playas de Argelèrs y Béziers.

Es precisamente con los Pirineos a la vista, en el castillo de San Fernando de Figueres, donde se reúnen por última vez las Cortes de la República, fortaleza que además fue también caja fuerte de las obras salvadas del Museo del Prado y de otras pinacotecas de España, antes de ponerlas a buen recaudo.

Del franquismo a nuestros días

En la inmediata posguerra, por Irun y por la estación de Canfranc (inaugurada en 1927) fluye un tráfico comercial al ser los puntos de exportación de mineral español (principalmente wolframio, imprescindible para el blindaje de los tanques), que será pagado en lingotes de oro en un cruce comercial bidireccional entre la España de Franco y el III Reich de Hitler que empezará a aflojarse a partir de 1943.

El derrumbe de la Alemania nazi y el triunfo de los Aliados en 1945 convertirán los Pirineos en una frontera cerrada al romper la República francesa sus contactos diplomáticos con España, y así seguirá unos años más hasta que la coyuntura de la Guerra Fría haga que las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, empezando por Estados Unidos, consideren al caudillo Franco el mal menor y restablezcan sus relaciones diplomáticas.

En la actualidad, desde la transición española iniciada tras la muerte del dictador en 1975 y la creación del Estado de las autonomías en virtud de la Constitución de 1978 (naciendo 17 autonomías, de las cuales las pirenaicas son el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña, y dos ciudades autónomas, Ceuta y Melilla) la situación es mucho más pacífica. La homologación de España con Francia y otros Estados europeos se conseguirá en 1985, cuando la primera firme el tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea.

Con la libre circulación de mercancías y personas desde el fin de los controles fronterizos por aplicación del Tratado de Schengen, la cordillera pirenaica dejará de ser una frontera para ser única y exclusivamente un accidente geográfico.