Quizá una de las últimas zonas intactas de Sri Lanka, Jaffna –con una campiña de fácil acceso, lagunas pantanosas e islas remotas– se reinventa como destino cultural prominente. Hay festivales hindúes de varios días, fuertes portugueses junto al mar y deliciosos festines de marisco, y todo ello unido a una hospitalidad sin parangón.
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✩ La mejor cultura, gastronomía y aventuras isleñas
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Una auténtica conexión cultural
Centro histórico, religioso y político de la comunidad tamil del país, el centro de Jaffna es un revoltijo de actividad. Los puestos están magníficamente dispuestos con exposiciones de jugosos mangos, botellas de jarabe dulce y melazas de color oscuro hechas de flores de palmira (una palma de abanico que crece en esta región). En las afueras, hombres vestidos con sarong y mujeres con sari recorren en bicicleta las carreteras rurales bordeadas de palmas, donde profundos pozos riegan los campos llenos de tabaco, chiles y cebolletas. Junto a las carreteras asfaltadas, los arrozales refulgen bajo el sol.
Solo una pequeña porción de los casi dos millones de turistas que viajan a Sri Lanka cada año visita el norte del país; los que suelen tener un lado intrépido o un interés por la historia y la cultura. Pero como la diáspora tamil por todo el mundo –y los lugareños ambiciosos– invierten en su madre patria, esta ciudad antes asolada por la guerra ahora bulle de vida y se anticipa a la recuperación del turismo.
Jaffna está a años luz de la turística costa sur llena de resorts, frecuentada por parejas en luna de miel y turistas en busca de estancias idílicas y restaurantes de alta cocina. Pero quien busque conectar con el estilo de vida del país y disfrutar de la hospitalidad local con deliciosas comidas caseras, lo encontrará en Jaffna. Por supuesto, también hay confortables alojamientos de diseño como Fox Jaffna, donde dos museos ocupan unos búnkeres de la época de la guerra civil.
La fe se entreteje en la vida de Jaffna. Las calles están repletas de iglesias católicas, en el suburbio de Nallur se halla el Nallur Kandaswamy Kovil, un templo hindú con detalles de latón decorativo y una columna de entrada de oro macizo, que atrae a miles de peregrinos de todo el mundo en su festival anual de 25 días, donde coloridos carros desfilan por las calles cargando estatuas de dioses hindúes. A un corto trayecto en tuk-tuk de Keerimalai, hombres y mujeres hacen abluciones rituales en manantiales naturales color aguamarina.

Fortaleza de Jaffna en Sri Lanka,©Chawthorne/Shutterstock
Una lección de historia viva
Las dinastías tamiles gobernaron Jaffna durante siglos, pero los portugueses la ocuparon en 1560, poblando la región de iglesias en su labor evangelizadora. En 1619 construyeron el fuerte de Jaffna, que más tarde sería capturado por los holandeses y ampliado a su forma pentagonal actual. Disputado durante décadas por el ejército de Sri Lanka y los miembros del LTTE (Tigres de Liberación Eelam Tamil), que buscaban un Estado tamil independiente, las murallas del fuerte son ahora el lugar donde residentes y turistas disfrutan de la puesta de sol sobre lagunas de aguas poco profundas llenas de aves.
Hoy, los huéspedes son bienvenidos por las familias locales, como las que regentan Malabar Homestay, una casa ancestral bien mantenida donde los anfitriones preparan un intenso curry de cangrejo, suavizado con agua de los cocos que crecen en el patio trasero. Las heridas de una guerra de tres décadas, sin embargo, todavía son evidentes en algunas partes, como en la reconstruida biblioteca pública de Jaffna. Antes de que las hordas cingalesas la incendiaran en 1981, la biblioteca era una de las más grandes del sur de Asia y poseía una importante colección de literatura tamil en hojas de palma.

Biblioteca Pública de Jaffna, ©saiko3p/Shutterstock
Al otro lado del estrecho de Palk, la lejana isla de Delft –a 1 h de ferri de Jaffna– es prima cercana del resto de la región. Las casas locales están separadas por vallas hechas de coral y hojas de palma. De vez en cuando, un puñado de curiosos visitantes recorren en bici la isla, y algunos se quedan a dormir en las sencillas pero acogedoras tiendas de tejado de paja de Delft Village Stay. No obstante, en general la isla está tranquila, con mujeres que cuidan sus rebaños de cabras con el océano al fondo que acaricia suavemente el arrecife poco profundo que la rodea. Una población menguante de caballos salvajes –algunos ahora domesticados– pacen en la hierba de secano.
Jaffna se encuentra en una península llana y poco habitada. Es fácil recorrerla, con numerosos autobuses, tuk-tuks y ferris (la campiña de la región también es ideal para el ciclismo). Además, es relativamente fácil llegar, con trenes y autobuses con aire acondicionado que conectan Jaffna con Colombo, la capital; los vuelos directos de 1 h desde Chennai ya no operan, ni los ferris desde el sur de India. El tamil es el idioma de la región, pero el inglés está muy extendido. Y como en todo el país, con una sonrisa se consigue mucho: incluso una invitación a una casa para disfrutar de una copiosa comida, acompañada con tazas de espumoso té con leche.
No te vayas sin…
Tomar el ferri público a la isla de Nainativu, donde se erigen dos templos: el Hindu Nagapooshani Amman Kovil y el santuario budista de Nagadeepa Purana Viharaya. Según cuenta la leyenda, Buda llegó aquí durante su segunda visita a Sri Lanka, y el templo es un lugar de peregrinaje. El nombre de Nainativu alude a su conexión con el mítico pueblo naga de Sri Lanka.