El casco viejo de La Habana es uno de los puntos de interés histórico más reseñables de toda Latinoamérica, una obra maestra arquitectónica, donde plazas bien conservadas e imponentes palacios conviven con una activa y palpitante sociedad que aún está saliendo del caos económico de los años noventa. El resultado global es majestuoso y descarnado a la vez, digno de elogio y deplorable, pero una visita obligada para todo viajero.
Para abordar como es debido este histórico barrio, lo mejor es sentarse a desayunar en La Vitrola, en la esquina de la Plaza Vieja, y, mapa en mano, elaborar un plan estratégico, aun sabiendo que no habrá tiempo para verlo todo. Tras pasar una buena hora disfrutando de la Plaza Vieja, hay que poner rumbo a la plaza de Armas, con su mercado de libros y el imprescindible Museo de la Ciudad, que narra todo lo necesario sobre La Habana.
Tras recargar los niveles de azúcar en el Museo del Chocolate, el viajero puede pasear por la cápsula del tiempo colonial de la calle Mercaderes y continuar hasta la catedral de La Habana antes de tomar un taxi hasta el Parque Histórico Militar Morro-Cabaña. Allí puede quedarse hasta la puesta de sol examinando plácidamente truculentos detalles de viejos conflictos bélicos.
Se impone volver al casco viejo y saborear una larga y relajada cena en El Rum Rum de la Habana antes de conocer los bares y la música en vivo de la plaza del Cristo.