Una vigorizante excursión a caballo por los Andes para emular a los vaqueros ecuatorianos: los chagras. Este corto trayecto por la "avenida de los volcanes", descubre la historia del cambiante paisaje del país, con unos parajes sin parangón.
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✩ Ideal para vistas panorámicas y aspirantes a vaqueros
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Historia y cultura confluyen en las montañas
En lo alto de las montañas de los Andes, a unos 3660 m sobre el nivel del mar, los chagras, vaqueros ecuatorianos, recorren el majestuoso territorio de la región desde hace siglos. Conocidos como los "espíritus de las tierras altas", son jinetes experimentados, dedicados a sus animales y la preservación de la tierra.
La historia de la equitación en lo que hoy se conoce como Ecuador empezó hacia 1530, con la llegada de los españoles, que llevaron los hasta entonces desconocidos caballos en la región. Los lugareños pronto se dieron cuenta de lo convenientes que eran estos animales para recorrer las abrumadoras y mortales montañas de los Andes. Los caballos sustituyeron a las llamas y las alpacas para convertirse en un clásico de la vida ecuatoriana, dando nacimiento a un pilar de la historia y la cultura de este país.

Vaqueros en el Parque Nacional Cotopaxi. ©Sunart Media/Shutterstock
En la actualidad, se puede cabalgar junto a los chagras, siguiendo su ejemplo y galopando (o más bien al paso) por tierras andinas con el imponente cono del volcán Cotopaxi como perfecto telón de fondo.
En la centenaria Hacienda el Porvenir, un rancho en funcionamiento, que es al mismo tiempo hotel rústico y de lujo a tan solo 4 km de la entrada al Parque Nacional Cotopaxi, los huéspedes se visten con los trajes tradicionales de los chagras: un poncho de lana de rayas verticales, chaparreras y un sombrero de ala ancha (los jinetes sin experiencia deberían ponerse un casco). Es funcional, no es moda, diseñado para mantener a los jinetes calientes y protegidos de los elementos.

Volcán Cotopaxi. ©Galyna Andrushko/Shutterstock
Vistas y una recompensa inolvidable
Aunque se haya montado a caballo antes, subir el empinado y accidentado terreno requiere más concentración que pasear por un sendero llano. Tener a un jinete experimentado como guía marca la diferencia.
La ruta circular es suave y el trayecto, intencionadamente lento, pero hay que sujetar bien las riendas para controlar el caballo, pues parar a comer hierba por el camino es muy tentador. No se galopa en esta ruta de 2 h; los caballos y sus jinetes solo pasean, y las monturas se conocen los senderos de memoria.

Mirador y pasarela de madera en el lago Limpiopungo. ©ireneuke/Shutterstock
El trayecto permite sentirse conectado con el animal que se monta y el terreno que se atraviesa, sintiendo que se está experimentando un estilo de vida tan esencial y sagrado que perdura por siglos. Charlar con otros jinetes es tan natural como los alrededores: las verdes y ondulantes laderas del volcán durmiente Rumiñahui.
Al llegar al mirador de Cotopaxi, hay que bajar del caballo y tomarse una taza de humeante infusión mentolada elaborada con muña, una hierba regional; es fantástica para el mal de altura, muy habitual por estos lares. Desde el mirador, se puede ver en la distancia el Cotopaxi, perfectamente simétrico, emergiendo en las alturas a pesar de la empinada subida, mientras los cóndores planean en el cielo.
Momento memorable
Poder pasar tiempo en un destino tan hermoso, rodeado de volcanes y vida salvaje, es un privilegio. Y participar en una tradición centenaria que solo puede tener lugar en este extraordinario paraje es un gran honor. Es una experiencia para disfrutar y recordar: sumergirse en una antigua cultura de forma auténtica.