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Alojarse en una casa particular permite descubrir rápidamente los matices de la vida diaria en Cuba. Imagínense mecedoras en los porches, vecinos que se pasan a echar un ron y un puro, cantos de gallo a las 5 de la mañana, retratos de José Martí estratégicamente colocados sobre la tele y animadas conversaciones hasta bien entrada la noche. Algunas casas particulares son palaciegas y otras siguen siendo agradablemente normales; todas ofrecen una visión de Cuba franca y sin censurar que ningún hotel puede reproducir.