Pocos territorios pueden presumir de lo que tiene Cataluña, pues, a pesar de sus reducidas dimensiones –poco más de 32.000 km2–, posee una variedad paisajística, cultural y gastronómica única en todo el planeta. Pero, ¿cómo descubrir tal diversidad sin dedicar una vida entera a ello? Muy fácil: para conocer sus costas perfiladas a base de playas y acantilados, sus fiestas ancestrales, sus coloridos museos, sus originales propuestas de ocio, sus paisajes medievales o sus vanguardistas restaurantes, lo más práctico es recorrer el Grand Tour de Cataluña, un itinerario circular por todo el país, dividido en cinco tramos, que cualquiera puede transitar por su cuenta en coche, deteniéndose allí donde le plazca y descubriendo en cada parada paisajes sublimes, tentadoras experiencias o rincones monumentales que competirán entre sí para ver cuál de ellos alcanza el podio de la seducción en el imaginario del viajero.
En estas líneas hablaremos del quinto tramo, el que va de Figueres a Barcelona y que, a modo de guinda del pastel, al ser el último, reserva algunos de los mejores destinos de Cataluña, como la Costa Brava, el Montseny o el legado de Gaudí en Barcelona.
Vistas de Sant Pere de Rodes, Port de la Selva. © La Guerrilla
La Costa Brava en toda su extensión
Vayamos por partes. Tras empaparse del surrealismo daliniano en Figueres, uno se adentra en el corazón del Empordà para subir al solitario monasterio de Sant Pere de Rodes, sobrado de leyendas, donde se entiende por qué los monjes medievales se retiraban aquí a meditar. Pero el recogimiento interior dura poco, ya que a continuación aguarda nada menos que la Costa Brava en estado puro, con lugares emblemáticos como Roses, los Aiguamolls de l’Empordà, las islas Medes, las runas de Empúries, L’Escala, donde es un sacrilegio no probar sus anchoas, pueblos medievales como Pals, Peratallada o Begur, verdaderos túneles del tiempo para los viajeros con imaginación, o La Bisbal, capital catalana de la cerámica por derecho propio.
Callejeando por Pals. © Oriol Clavera
Un poco más al sur, uno averiguará todo lo que se puede hacer con un trozo de corcho en Palafrugell, se embriagará con los aromas del pescado fresco en Palamós y paseará por un recinto amurallado abalconado al Mediterráneo en Tossa de Mar. Y, por favor, que nadie cometa la torpeza de creer que la Costa Brava es solo un destino estival, pues es en la temporada baja, cuando los turoperadores del norte de Europa descansan, cuando se nota mejor la magia de esta abrupta costa repleta de espacios escondidos, no aptos para el turismo de masas, capaces de producir el síndrome de Stendhal a quien sepa valorar toda la belleza que encierran.
Submarinismo en las islas Medes. © Salvador Coll
Un pueblo al borde de un abismo
Luego, tras una escapada a los jardines de Santa Clotilde de Lloret de Mar y Marimurtra de Blanes, toca enfilar hacia el interior para descubrir la orgullosa Girona, con sus casas a orillas del río Onyar, el antiguo Call Jueu, los Baños Árabes, una oferta cultural que no da tregua ningún mes del año, bares donde siempre suena buen jazz, referentes de la gastronomía mundial como el Celler de Can Roca o el célebre trasero de la Lleona de Girona.
Casas a orillas del río Onyar, Girona. © Inmedia
Y continuando hacia el interior, hay que ascender a los escalofriantes Cingles de Tavertet, con el encantador pueblo de Rupit apostado en el borde de un abismo sobre al pantano de Sau, para luego bajar a Vic, ciudad que no sería la misma sin su tradición en la elaboración de embutidos, que pueden –y deben– adquirirse en cualquiera de las carnicerías y charcuterías del centro, o mejor aún, en el mercado que cada martes y sábado se monta en la inmensa Plaça Major.
Comprando en el mercado de Vic. © nuria puentes
El hombre y su entorno natural
Kilómetro a kilómetro, el Grand Tour avanza, ahora hacia el macizo del Montseny, Reserva de la Biosfera tapizada de bosques que, en estos azarosos tiempos de cambio climático, nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el medio natural; el centro de interpretación de Viladrau ilustra a grandes y pequeños sobre cómo conseguir que nuestra presencia en esta montaña emblemática, y por ende en cualquier entorno en el que vivamos, sea sostenible y respetuosa con el medioambiente.
Senderismo por Santa Fe del Montseny. © Albert Miro
Modernismo frente al mar
Tras perderse por bosques cargados de encanto, ¿qué tal regresar a la placidez del Mediterráneo? La costa del Maresme, estrecha franja de tierra flanqueada por el mar a un lado y las sierras del Montnegre y el Corredor al otro, cobija pueblos llenos de sorpresas, como Canet de Mar, con mansiones modernistas que dejan boquiabiertos a propios y extraños, Arenys de Mar, cuyo cementerio, también modernista, es hoy mito literario por obra y gracia del poeta Salvador Espriu, o Caldes d’Estrac, con su coqueto balneario del s. XIX y la Fundació Palau, donde se pueden ver obras del mismísimo Picasso.
Maresme abajo esperan Mataró, capital comarcal que ha sabido aunar a la perfección las nuevas tecnologías con la conservación del patrimonio cultural –véanse si no la Casa Coll i Regàs y la Nau Gaudí–, y Alella cuyos vinos con D.O. propia se elaboran desde tiempos de los romanos.
Allí donde todo empezó
Catedral de Santa Maria del Mar. © Tomas Sereda
Recorrida Cataluña de un extremo al otro, el viajero llega finalmente al lugar donde empezó este largo periplo, Barcelona, punto de partida y de llegada del Grand Tour, donde toca descubrir aquello que quedó en el tintero al principio del viaje, empaparse del legado de Gaudí, disfrutar de la fachada marítima de la urbe y descubrir las diferencias que existen entre los barrios de la Barceloneta, Sants y Gràcia.
Decíamos al principio que pocos territorios pueden presumir de lo que tiene Cataluña; ahora el viajero sabe con conocimiento de causa que esta es una verdad mayúscula y ya solo le queda procesar todos los inputs gastronómicos, paisajísticos, musicales, históricos, deportivos, monumentales, termales, artísticos y culturales que ha ido acumulando a lo largo del Grand Tour, y decidir cuál de ellos, sea por el impacto que le ha causado, porque parece que se le desdibuja en su memoria o simplemente porque le da la gana, quiere repetir en un próximo viaje.