El alma de Brasil está en el noreste, con su mezcla de músicas, historia, cultura y paisajes espectaculares.
Se va en avión a Porto Seguro y de allí, sin perder tiempo, a Arraial d’Ajuda y Trancoso, bendecidas con fantásticas pensiones y restaurantes, marcha nocturna y paseos por una larga playa respaldada por acantilados. Al norte espera Itacaré, una animada localidad con buen surf y caletas accesibles por senderos a través de la pluvisilva. Salvador, llena de ritmo, es la ciudad más vibrante y colorida de Bahía. En ella se toma un barco al Morro de São Paulo, una isla con playas cautivadoras y ambiente relajado. Las excursiones en barca por la isla permiten ver mangles, arrecifes, ostras y el apacible pueblo de Boipeba.
Un desvío al oeste lleva a la ciudad minera de Lençóis, con bonitos cafés, calles empedradas y, cerca, cuevas, ríos y cascadas. El Parque Nacional da Chapada Diamantina abarca riachuelos de montaña, vistas panorámicas y una inacabable red de senderos. De regreso a la costa, se pone rumbo al norte hasta Maceió, una localidad animada y juvenil con preciosas playas en las proximidades. Más al norte está Olinda, una de las ciudades coloniales mejor conservadas del país, declarada Patrimonio Mundial por la Unesco. Desde la vecina Recife se toma un avión a Fernando de Noronha, un exquisito archipiélago con abundante fauna marina y playas espléndidas.
Al regresar a tierra firme, el viajero puede detenerse en la Praia da Pipa y recorrer el litoral que se extiende desde Natal hasta Jericoacoara, incluidas las zonas costeras de São Miguel do Gostoso y Galinhos. Jericoacoara, con sus calles pavimentadas de arena, es ideal para probar el sandboarding, el kitesurf y la capoeira, y contemplar unas puestas de sol inolvidables. Al oeste de Jericoacoara, el Parque Nacional dos Lençóis Maranhenses disfruta de un increíble paisaje de dunas, lagunas y playas. Al oeste se encuentra São Luís, con edificios del s. xviii, marisquerías, marcha nocturna y mucho reggae, especialmente recomendable durante uno de sus muchos festivales folclóricos. La última parada es la joya colonial de Alcântara, libre de turistas.